Y tu cabeza está llena de ratas...

13.1.11

~ Because maybe..
You're gonna be the one that saves me
And after all...
You're my wonderwall! ~

12.1.11

En los momentos en que quiero escapar de mi propia piel, vos sos mi doctora.

Mirame a los ojos y decime que no lo ves. Que no ves el brillo que en definitiva no me caracteriza, pero que está. Que lo siento, que me arde, me enloquece. Ese fuego que tu mirada envenena, y me mata, de la manera más dulce que puede matar. Quizá no lo veas porque en realidad no me ves, no ves mas allá de la piel que me recubre, de la ropa que me abriga; no ves más allá de los párpados que tapan la verdad, usando todas las fuerzas que tienen. Pero el fuego es más fuerte, y sobresale y se hace notar, y quiere que lo vean, porque de otro modo no viviría. Sin ser visto, un brillo en los ojos es inútil, y morirá fríamente, de tal modo que uno va perdiéndolo, y aunque intente recuperarlo, es en vano; uno no lo controla.


Los sentimientos se manifiestan de todos los modos posibles. Internamente, duelen: duele el cariño, duele el odio; duele la angustia, la soledad, la alegría. Uno se acostumbra al dolor, y termina por disfrutarlo, porque engañan, porque confunden, se hacen difusos con el tiempo. Externamente, los sentimientos se esconden, y asoman sus narices para que los demás los encuentren -escondidos- como desean estar. Pero llega un momento en que se cansan de no ser descubiertos, y se prenden fuego, se incineran, con la esperanza de algún dia, renacer de las cenizas (lo que no ocurrirá, por cierto). Mirame, y lograrás que extrañarte duela aún más.


Duele olvidar y duele el olvido. Duelen los pies cuando uno camina ente las sombras, solo, desconcertado, tratando dilucidar alguna figura conocida. Porque ese es el temor más antiguo, el temor a lo desconocido, el temor a que no me mires, y a que no notes el fuego en mis pupilas, el fuego que te llama a gritos. Gritos indecifrables, que ni siquiera yo entiendo, porque van más allá de mi y de lo que yo quiera y pueda decir. De tal modo gritan que tu mirada superflua no los entiende, tu mirada que jamás me comprendió como yo quería.


Mirame y decime que no lo ves. Que no ves el brillo en mis ojos. Porque si no me lo decís, no lo aceptaré, y seguiré esperándote, avivando las llamas de amor.

11.1.11

Déjalo salir.

Si, efectivamente recaí en la necesidad de tener un espacio al que poder llamar mío, de manifestar lo que quiera, sin importar si alguien más lo ve. De hablar conmigo mismo y de contestarme.  Dejar de tener la cabeza llena de momentos. Porque eso es la vida, una serie de momentos, uno tras otro, que van formando los recuerdos. Y los recuerdos van colmándote como si ocuparan un lugar físico.
Espero que las palabras puedan servirme para dejar libres a los recuerdos, o a los pensamientos. Ese es el anhelo.

¡Adios!

«Un autor tiene derecho a comunicarse por los medios de difusión, pero antes de ser convocado se lo busca en una lista como las que consultan las Aduanas, con delincuentes o "desaconsejables". Si tiene la suerte de no figurar entre los réprobos hablará ante un micrófono tan rodeado de testigos temerosos que se sentirá como una nena lumpen a la mesa de Martínez de Hoz: todos la vigilan para que no se vuelque encima la sémola ni pronuncie palabrotas. Y el oyente no sabe por qué su autor preferido tartamudea, vacila y vierte al fin conceptos de sémola chirle y sosa. Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista! estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: "¿Nosotros qué éramos...?"»
María Elena Walsh. 
"Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes" 
Clarín, 16 de agosto de 1979.